Tú me hiciste el primer poeta de Colombia que no tiene dónde sentarse a escribirte. Era tu papel por lo menos darme recado, hacerme silla, distraer tu mirada de vigilancia demasiado pesada sobre mis hombros, meterme unos peniques en el chaleco, no hacer el oso.
Pero en vilo cargaste mi peso pluma, a golpes de martillo me forjaste un nombre de plata y del anonimato pasé a la clandestinidad a caballo. Me enseñaste a cantar pero me desconectaste el micrófono, aplaudiste en mi cara a mis enemigos, desprendiste botones de mi chaqueta.
Aprendí piano tus lecciones. Cuando creíste que ya tenía la máscara dura me lanzaste a las plazas con un garrote. Al regreso te reíste de mis heridas en la corona, me dijiste que era jugando, jaque mate con las más negras me diste.
Me encerraste en el patio de tu colegio. Aprendí con las uñas que debemos ser tierra con todo el mundo, te busqué por los cielos con mi manguera, me juré ser el más humilde del universo, y esa pasión malsana por los sifones que encarno desde entonces a tu cuenta la cargo en el occipucioe.
Vueltos a ti los ojos en el momento precioso, yerro por la ciudad como en mis primeras edades. Y encuentro tantos Cristos sin credenciales que me da por creer que sólo uno es falso. Por cada redentor que llega al Calvario cuántos hay que se ruedan en el camino.
A patadas de risa me van matando. Salvación para los salvajes. De qué vale que te perdone si no te perdonas tú mismo. Vuelve a burlarte del espejo.
Ahora soy el Pastor que deambula mudo por las bocas del lobo jugando sus ovejas a la ruleta. La Rosa de los Vientres a mí. Las profecías en portafolios esperando su vencimiento. El amor me lava los dientes. Hágase el amor.
Del Calvario en las faldas también quedaron.
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