Ibas con tu poema de bolsillo haciendo sitio para tu humanidad de este lado del mundo.
No tenías siquiera un muerto querido en quien caer de rodillas, ni una piedra
para amolar la cabeza, pero era tuyo el oro del alba. Encontrarte
significaba siempre un viaje de retro por las aflicciones del santo, por
la bonhomía del mendigo. Tirabas tu poca vida por la borda
sin tener borda. El cielo no se detenía con sus luces
porque no hubieras dormido. Las camas corrían con sólo ver tu cansancio.
Abundaban amigos de la risa en la espuma del sifón que te daban a beber bromas. Ajustabas tu gabardina raída con bolsillo para poema
y te perdías en el frío de la gran ciudad, tan avara a tus luces.
Confieso que envidiaba la frescura de tu pobreza
que te procuraba papel por lo menos para poema. Amabas por fragmentos
mujeres que encontrabas más que sentadas en bancos y bares. Una pierna de ésa,
de aquella la cabeza perfecta, de la de más acá la fresca cadera. Y el poema
crecía en tu bolsillo como un pan en el horno.
El día de tu muerte, que no fue tal porque qué otra cosa había sido tu vida,
corrimos tus horrendos amigos a buscar el poema
antes de enterrarte. Al meter la mano al bolsillo
de tu gabán de poeta,
ese bolsillo estaba roto y por ahí tu poema
se había ido como tu vida.
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